20 feb 2010

La mediocridad humana se adquiere. De forma inconsciente, por herencia, educación o entorno; es indiscutible. También están aquellos que la adquieren a conciencia, trocando sus voluntades por las exigencias del contexto en el que desarrollan sus vidas. La cuestión que implica a la mediocridad en nuestras vidas puede compararse con la eterna discusión acerca del talento humano: hay quienes afirman que se nace con él, otros dirán que se lo forma, aquellos agregarán que es un ida y vuelta entre los genes de su ascendencia, mas el énfasis en estimular ese talento innato con el paso del tiempo. En relación a la mediocridad, pasa exactamente lo mismo. Para quien nace y comienza a desplegar su vida en un entorno mediocre, habrá dos caminos posibles: el primero, será vivir indiferente en ese entorno, envuelto en la naturalidad de su esquema de vida -que no es otra cosa que el esquema de vida de quienes le rodean-, y así cumplir un rol de engranaje. El segundo camino es mucho más complicado y riesgoso, pero no menos enriquecedor; será cuestión de encontrar "alternativas" que nos lleven a cuestionar nuestro mundo, lo que pasa en él, lo que nos pasa a nosotros mismos, y de una forma u otra ir "abriendo los ojos" ante lo estipulado y los dictámenes de pensamiento y roles, ya sean familiares, sociales, de relación o laborales. Este "abrir los ojos" puede llegar de muchas maneras y por medio de distintas fuentes; lo que ya no cambiará nunca es que una vez abiertos los ojos, y habiendo incorporado las realidades a la nuestra, será imposible hacer caso omiso de ellas y obviarlas. Comienza así la eterna lucha, lucha por el ideal, por la utopía, lucha por la que correrán lágrimas de amargura y desazón. Porque quien abre los ojos y comienza el derrotero de capitanear su vida, su actuar y su pensar según sus propias decisiones, chocará innumerablemente contra los escollos de la mediocridad reinante, y muchas serán las piedras que lo harán trastabillar en la búsqueda de su ideal: indiferencia, cuestionamientos, incomprensión, desarraigo, acusaciones, prejuicios, falta de pertenencia; soledad. Quien quiera ser su propio dueño deberá sortear estas tempestades que la mediocridad lanzará sin piedad contra su pecho. El que haya abierto los ojos no tiene otra salida más que esta: luchar, y luchar. Constantemente. Y puede que la vida le vaya en ello. El valor que se impregne a la misma será el estoicismo ante todo y todos.

Podrá afirmarse entonces que el primer camino planteado es mucho más sano, menos pedregoso y más simple. Que la vida de esa manera es más llevadera. Y esto es verdad. Para los mediocres, la vida es simple. Pero como hemos dicho, una vez abiertos los ojos, imposible el cerrarlos.

Existe un tercer camino. El más despreciable de todos. Es el camino de aquellos quienes han abierto los ojos, quienes han descubierto la "alternativa", la verdad indisoluble en un punto de quiebre para sus vidas, y tarde o temprano, mientras luchan una y otra vez contra las piedras, se dejan vencer o huyen de la senda. Y no hablo aquí de perder batallas; quienes tomen el segundo camino perderán inumerables. Hablo aquí de perder la guerra contra la mediocridad. De volver al primer camino. De suicidarse en vida; para pertenecer, formar parte de "algo", ser "alguien", no quedarnos solos, para ser "simples" y sin cuestionamientos. Cobardes. Mediocres.

O quizás simplemente quien tome el tercer camino haya sido siempre una persona mediocre, y el abrir los ojos la ha desplazado de su escencia natural. De ser esto posible, entonces quizás sí se puede nacer mediocre, y mi primera afirmación es discutible.

2 comentarios:

Christian dijo...

La mediocridad es una elección

Juan Cruz Mateu dijo...

Tarde o temprano termina siéndolo. Consciente o inconscientemente. La más cuestionable es la primera.